sábado, 19 de diciembre de 2009

NUESTRO PEQUEÑO GRINCH


UNA FELIZ

NAVIDAD

Y MEJOR 2010








La ventana, día con día, abierta para recibir la frescura de la mañana, se vió llena de pequeñas aves trinando al sol que despierta a cada uno de nosotros, en especial en esa casa enclavada en una plaza llena de jacarandas. A pesar de los frentes invernales, del frío que se colaba bajo cada una de las sábanas, la ventana ofrecía el intercambio de calor-frío entre aquella habitación y el amanecer de ese inicio de semana.

El Grinch despertó de su borrachera árida de navidades y festividades por el año que fenece, su semblante grotesco, sin ánimo en la cara, turbia mirada, sonrisa sarcástica. Todo amenazaba con un nuevo ataque sobre sus más queridas festividades. Hoy debía arruinar la nochebuena y la Nochevieja, hacer que todos los presentes en su familia no estuvieran totalmente alegres y llenos de plácemes, felicidad, concordia y paz.

Todo estaba preparado, cada uno de sus comentarios listos. Irónicos, sarcásticos con la puya necesaria para herir al más débil, a quien lo confrontase o interpelase del porqué ser así en plenas fiestas. Cada una de sus palabras estudiadas para destruir la felicidad del otro, en un solo afán, seguir conservando su prestigiada fama de Grinch navideño, de ser el único que siempre arruinaba la fiesta donde se paraba, colaba o estuviera solo de pasada. Para ello vivía todo un año, para destilar su veneno en estas fechas. El era feliz viendo destruirse personalidades sinceras, que se acercaban a felicitarlo y salían con el alma desangelada, desantendida y sintiéndose peor que si se hubieran metido en un balde de estiércol.

Pero, ¡Oh, sorpresa! Aquel individuo encontró en esas festividades un nuevo aliciente. Algo se presentaba fuera de lo común. Aquellas estrategias tanto tiempo pensadas resbalaban sobre cada una de sus víctimas. Todo lo propuesto se echaba a perder. Parecía que estaban preparados para contrarrestar todos y cada uno de los ataques del grinch tan temido. Una a una sus palabras venenosas, sus actos impúdicos y llenos de cólera contra el mundo sucumbían ante la felicidad y sonrisas de sus compañeros de trabajo, sus amigos, sus camaradas, su novia, su familia.

El grinch tan temido, ahora resultaba un pequeño bufón del que se burlaban por querer cambiar las festividades a su manera y que él fuese el pequeño protagonista de un odio acendrado con el correr del tiempo. ¿Qué había sucedido? ¿Qué estaba en contra de él? Era simple y sencillo. El mismo grinch comenzó a darse cuenta que la felicidad no era lo que hacía, todos sus pensamientos, antes ocupados por ese odio; ahora se veían nublados por un conflicto: ¿Qué significaba realmente ser feliz? Acaso lo era el importunar a los demás en su propio estado de beneplácito o de plano, irrumpir e invadir los pequeños festejos que estos o aquéllos se permitían una vez al año para salir de su propio marasmo laboral y la monotonía de no expresar lo sentido durante 340 días.

Sí, el mundo se daba cuenta que el grinch era un ser nacido de ellos mismos. De todos sus odios, sus temores, sus pequeñas venganzas, sus monstruos internos reflejados en los momentos que más felices se sentían, llegaba la nube tormentosa y se aguaba su propia felicidad. Cada uno de quienes convivían y festejaban navidades y año nuevo se permitieron alejarse de la paranoia, de la angustia, de los miedos invencibles, de los monstruos nacidos de la nada: Asumieron su propia responsabilidad, y entonces, sólo entonces, se dieron cuenta que ellos mismos provocaban su felicidad para ser compartida con los demás.

Ahora, el grinch es una vieja leyenda que cuentan los hombres dignos de fé. Sólo aparece cuando de repente un hombre lleno de miedo a ser feliz se muestra temeroso a compartir su esperanza, su capacidad de felicidad con los demás. Es cuestión de abrir lo que somos a los demás y entonces, la verdadera felicidad llenará nuestros corazones día a día...