sábado, 7 de febrero de 2009

REGALAME UNA SONRISA


“Si no confías en los otros,

los otros nunca confiarán en ti”

Tao17

Es tan corto nuestro tránsito por esta vida que debemos saber aprovechar día a día los minutos que se nos da, de sentirnos bien, en armonía, trabajando en pro de nuestro crecimiento, interrelacionándonos de tal forma que de ello obtengamos esa vivencia que nos permite evaluar si lo hacemos adecuadamente, cumplir con nuestra misión, manejar adecuadamente nuestro comportamiento, nuestra conducta, saber sonreír.

Debemos tener presente que la solución en pro de nuestro avance, no consiste en rechazar esa ridiculez con que muchas veces actuamos ni en soportarla, sino en verla como un aspecto normal en la debilidad humana, que se puede evitar y encontrar graciosa, como nos dice Chauchard: “Nos presentamos como espectáculo, debemos reírnos con las personas, puesto que el humor representa un papel benéfico que el rasgo humorístico vale más que la sátira frustante”.

El doctor Chauchard (Voluntad activa, 1973) nos invita a considerar ¿Por qué por ejemplo, el tímido tiene miedo a los demás? Al sentirse débil le atribuye muchas malas intenciones con respecto a él.

No tiene razón porque los demás no se interesan lo suficientemente por él para expresar semejantes sentimientos. Pero, ¿No radica aquí precisamente una de las causas de la intimidación? ¿Por qué los otros tienen miedo a abordarme ¿Por qué no sonrío como los demás?¿Por qué me identifico con la soledad?¿Por qué me encuentran frío, irónico, hostil? Será, porque siempre aislado en mi mismo no manifiesto lo que pienso.

El tímido, que posiblemente no sea tu caso, tiene que cambiar y aprender a sonreír, no debe curarse aprendiendo únicamente a poner remedio a su azoramiento morboso ante los demás. Vendría a ser entonces un ser falsamente normal, un ser que se desinteresaría de los demás, porque ha cultivado la virtud de sonreír y no podría tener con ellos sino contactos superficiales, banales o interesados, que nada tendrían que ver con las auténticas relaciones interpersonales.

Justamente, dejamos de ser tímidos cunado podemos manifestar nuestra simpatía, cuando no somos intimidantes.

Recordemos que tendremos que aprender a acoger a los demás y es preciso que los demás aprendan a acogernos a nosotros tales como somos. No olvidemos que existen grados entre la indiferencia y la amistad.

Estamos hechos, de tal suerte, que nos es imposible estar en situación de equilibrio, de salud, si con respecto a los demás somos indiferentes, envidiosos, criticones, irrespetuosos, pedantes, hostiles, odiosos.

El equilibrio exige amar al prójimo como a nosotros mismos. Amar al prójimo es, ante todo, abrirse a él, acogerle, manifestarle interés y simpatía.

Debemos proponernos de cultivar la virtud de sonreír, aprender hacerlo, puesto que la sonrisa es la clave de la simpatía. Todo encuentro humano debe empezar por ella. Debemos crear en nosotros el deseo de sonreír cuando nos encontramos con los demás y no hacerlo de manera mecánica. Hay que descubrir la sonrisa de la simpatía, la que nos conduce a la conciencia lucida.

Nuestro mundo que se dice civilizado no lo será, mientras no sea un mundo abierto, en el que cada uno se interese verdaderamente por los demás, en sí mismos, y ello recíprocamente.

La sonrisa que los demás requieren y que nosotros necesitamos es una sonrisa interior, una verdadera sonrisa, la comunión momentánea de una simpatía, de la alegría de un encuentro. Para sonreír a los demás es necesario que nosotros mismos seamos sonrisa.

Podremos lograr ser sonrisa si nos proponemos ser felices, crecer, descubrir y trabajar en nuestras imperfecciones, compartir, tomar en cuenta; por ejemplo, lo que nos comenta Leo Buscaglia: Cuidarse de los enojos insignificantes, dados que crecen hasta convertirse en destructivos monstruos. Eliminémonos de inmediato. No nos involucremos en agravios mezquinos, del ego e infantiles. Sólo servirán para degradar nuestras relaciones e impedir el paso a la intimidad.

Despójemonos del falso orgullo, que por lo común es negativo, crea barreras e impide, además, la intimidad. Muchas veces conlleva a la separación de las personas y origina sufrimiento. No descuidemos, una vez más, que la sonrisa permite reconocer la calidad humana de la otra persona así como sus vibraciones positivas.

Harold Lyon nos dice: Lo que nos protege no es nuestra fiera sino nuestra humanidad; nuestra capacidad de amar a los demás y de aceptar el amor que otros desean prodigarnos. Lo que nos mantiene abrigados por la noche no es nuestra dureza, sino la ternura, que hace que los demás desean mantenerse abrigados. No olvidemos sonreír y alimentarnos de cosas positivas que nos permitan crecer.

Y como el viejo decía: “No es lo mismo predicar que dar trigo”.