sábado, 13 de diciembre de 2008

LIBRE DE CULPA


¿Necesidad?
Palabra cómoda con que el culpable se quita
de encima la culpa,
para arrojar en el vacío
toda soberbia y traición.
E. de Geibel

EL PORTAL DE ORO
En una ciudad nacieron dos hombres, el mismo día, a la misma hora en el mismo lugar. Sus vidas se desarrollaron y cada uno vivió muchas experiencias diferentes. Al final de sus vidas ambos murieron el mismo día, a la misma hora, en el mismo lugar. De acuerdo a la leyenda se dice que al morir tenemos que pasar por un gran portal de oro puro, donde allí un guardián, nos hace ciertas preguntas para permitirnos pasar.
El primer hombre llegó y el guardián le pregunta: ¿Qué fue de tu vida? El responde: "conocí muchos lugares, tuve muchos amigos, hice negocios que produjeron grandes riquezas, mi familia tuvo lo mejor y trabaje duro".
El guardián le pregunta: ¿Qué traes contigo? El responde: "todo ha quedado allí, no traigo nada", ante esto el guardián responde: Lo siento no puedes pasar debido a que no traes nada contigo". Al escuchar estas palabras el hombre llorando y con gran pena en su corazón se sienta a un lado a sufrir el dolor de no poder entrar.El segundo hombre llegó y el guardián le pregunta: -¿Qué fue de tu vida?
El responde: -desde el momento en que nací, fui un caminante, no tuve riquezas, solo busqué el amor en los corazones de todos los hombres, mi familia me abandonó y en realidad nunca tuve nada.
El guardián le pregunta:
-¿Encontraste lo que buscabas?
-Si, ha sido mi único alimento desde que lo encontré.
-¡Muy bien puedes pasar! Pero ante esta respuesta el hombre responde: "El Amor que he encontrado es tan grande que lo quiero compartir con este hombre sentado al lado del portal, sufriendo por su fortuna. Dice la leyenda que su amor era tan grande que fue suficiente para que ambos pasaran por el portal.
LA CULPA
En muchas de las religiones predominantes en nuestro planeta, se nos ha inculcado la idea de premio o castigo. Si haces las cosas bien te premian, si las haces mal te castigan. Por eso, en algunas de las vertientes religiosas, se habla de un cielo o un infierno, sobre todo en las corrientes cristianas. En otras, se habla de La Ley del karma, o causa-efecto. Esto es que acciones buenas desencadenan liberación, en tanto acciones malas nos hacen más esclavos aún de la ignorancia.
Con mucha osadía (y por qué no, tal vez insensatez de mi parte) me atrevo a decir que el efecto terrible que se puede producir en nosotros, está ligado a un sentimiento llamado culpa. Hay una diferencia entre la reflexión profunda que nos hace ver cuando a veces erramos el camino, y la culpa que asociamos a la acción pecaminosa o sucia, aquella que parece nos condenará a mantenernos alejados del Padre. Sucede entonces, que actuamos muchas veces más para no sentir esta fea sensación, que por la íntima convicción liberadora de conducirnos por el recto sendero.
En algún tiempo de mi vida, cuando alguien me enseñaba cualquier situación o circunstancia y me pedía que realizara algún ejercicio durante el tiempo en que no lo veía, yo a veces sentía culpa. Entonces, al verlo, le decía con la cabeza gacha: te he defraudado, perdóname, pues no he hecho lo que me indicaste. El me respondía: sólo el ego habla de defraudar. Levanta tu cabeza. Yérguete y comienza a hacer hoy lo que no has hecho antes. No debes sentir culpa.
Libérate y comienza a dar tus pasos. Sólo se ha escapado un poco de tiempo, pero nada logras lamentándote. No me defraudas a mí, sólo te retrasas un poco tú, pero nada más. No puedes escapar de Dios hijo mío. Él es tu destino inevitable...
Y así fue que en ese instante comprendí como el ego es un hábil actor, que a veces se disfraza de vanidoso, y otras de humilde, a veces de ladrón y otras de santo. Mejor es no tener ningún atributo, mejor es ser libre. No nacemos con culpa, ningún niño viene con culpa al mundo ¿por qué entonces tomar esa pesada carga?
A esta altura de mi existencia. Trato de aprender de todo lo que EXISTE. Aprendo de mis maestros, de una hormiga, del viento, de mis compañeros de trabajo, de mis jefes, de mis amigos y de los que me detestan. Todo en este mundo sirve para aprender.
Cuando mi química cerebral se eleva a causa de manejos erróneos de mi energía, que sucede con mucha frecuencia, me estreso, me cuesta dormirme, y somatizo mis angustias con alguna enfermedad, que es lo más común; o como de manera compulsiva.
Como decía un maestro lama… Cuando una astilla de madera se clava en tu mano, no debes permitir que se infecte. Para ello debes tomar una aguja de metal limpia. Penetras aún más abajo que la herida de la astilla, y la remueves. La astilla causa dolor. Removerla causa más dolor. Sacar la impureza causa dolor. Pero luego, debes deshacerte de la astilla y de la aguja, porque ya no son necesarias. Al tiempo, la herida cerrará y sólo quedará la marca de la lastimadura. Por eso debemos intentar ser libres. Disfrutar de esta vida, sin dañar, amando, sin sentir culpa.
Piensa en un perro pequeño. El sólo sabe jugar, vivir y disfrutar. No conoce bueno y malo. El juega, y a veces nos hace enojar, pero no tiene maldad. Así de sencillos debemos volvernos.
Había una vez tres personas junto a un maestro. El primero era un niño, pequeño e inocente. El maestro lo llevó a él solo a un campo. Le señaló el cielo y le preguntó que veía. El niño alzó su vista, y respondió: veo un pájaro volando Señor. Llevó de nuevo al niño y se llevó al segundo hombre. Este era un matemático. Sabía la gran mayoría de las leyes físicas. Durante toda su vida había leído cerca de un millar de libros, y era considerado muy sabio en su aldea. El maestro lo llevó a él solo al campo, volvió a señalar el cielo, y le preguntó que veía. El matemático observó detenidamente, y al tiempo dijo: es una grulla de cuello negro. Lo determiné por su forma de vuelo, como arquea las alas, y porque ésta es la estación del año que migran hacia el este. Definitivamente es una grulla de cuello negro.
Llevó al matemático de regreso, y se llevó al tercer hombre. Este era un hombre santo, devoto de Dios. Vivía realizando grandes austeridades, en extremo amoroso y servicial. El maestro volvió a preguntar señalando al cielo, qué veía. El devoto miró al pájaro fijamente, sonrió, y con los ojos llenos de lágrimas dijo: Veo a Dios, lo único que puedo ver es a Dios.
Reunió a los tres en el campo, se sentaron, y compartieron el atardecer. Se miraban entre ellos, y el niño, el matemático y el devoto, se preguntaban para qué el maestro les hizo esa pregunta. Entonces, le preguntaron casi al unísono, mientras el pájaro seguía volando en lo alto del cielo: Y usted que ve allí maestro?
El maestro alzó la vista, y dijo: veo un pájaro.
Creo que esta lectura es muy útil, porque muestra la sencillez. Ninguno estaba errado, cada cual solamente estaba en un punto diferente de su evolución. Esto es como un círculo que debe cerrarse, pero que inevitablemente debe ser recorrido de principio a fin.
Y cómo el viejo decía: “El corazón no envejece, el cuero es el que se arruga”